Categories

CUANDO ME HICE MAMÁ

CUANDO ME HICE MAMÁ

Me embaracé cuando tenía 31 años. Mi hijo nació y ya tenía 32. Tenía 2 años de casada y nos pareció buen momento. Creo que se puede estar listo para tener un hijo pero nunca preparado. Sin duda caemos en la tentación de engañarnos creyendo que si compramos todo en la lista que bajamos de Pinterest algo nos hará mágicamente como reaccionar cuando un niño llora, o cuando tiene calentura. Como si todo en esta vida se resolviera teniendo el perfecto sacamocos o el termómetro de última generación. Como si tuviera el super poder de quitarte lo feo que se siente cuando tu hijo se enferma.

ASÍ ERA YO. El ejemplo perfecto de la que compró todo pensando que eso la convertía en mejor mamá. Así soy para todo, no es sorpresa. Pensando y engañándome a mi misma, sabiendo que no era cierto.

Tuve un embarazo relativamente normal. Vomitando mucho pero bueno, soy vomitona que le voy a hacer. Así es mi mamá. Creo que es genético.

Llegando a la semana 30, se empezó a subir la presión. Me empecé a sentir rara pero normal. Me dieron medicinas se controló. A la semana 36, mi presión era ya un tema así que decidieron sacarme al bebé. Decidieron y decidimos. Ahí fue mi primer encontronazo con el "así no me contaron que era". 

Me citaron a las 7am para una cesárea a las 11. Todo fue como debía. Como es una cesárea. Realidad 1: No creo que sea la salida más fácil. Es una carnicería. Con todo y todo salimos.

Al par de horas me avisaron que mi bebé entraba a terapia intensiva. Creo que no entendí eso que significaba. Mi esposo fue a verlo, mi bebé, que todavía me parecía un desconocido, estaba enfermo. A las 24 horas se dieron cuenta que era una infección. 

"Cómo de cuanto tiempo estamos hablando?" le pregunté ingenua a la pediatra mientras me explicaba que mi hijo se había estado muriendo en la noche y que lo habían salvado. Yo estaba ida. En shock. No contactando con mi realidad.  "Mínimo 15 días pero creo que será más". Así respondió y eso si me hizo entender. No solo no salíamos juntos, esto era el inicio de un camino que cambiaría mi vida.

Describir cada detalle de esos días me costaría mucho trabajo y sigue sintiendo bastante personal pero aquí algunos datos relevantes. 

Mi bebé estuvo 30 días en terapia intensiva por una infección que se complicó. Le hicieron una pericardiocentesis. Es un procedimiento en el que se emplea una aguja para extraer líquido del saco pericárdico. Este es el tejido que rodea el corazón. Todavía tiene la cicatriz. Y sus pulmones todavía están resentidos. 

Me tardé 14 días en poderlo cargar porque estuvo entubado 11. Sedado 13. Salió con oxígeno y el seguro nos dio una enfermera que lo monitoreaba 24 horas seguidas. Estuvo dos años en terapia física. Salimos con citas del neurólogo, cardiólogo, neumólogo y pediatra. Lo han hospitalizado 4 veces más. 

Los detalles de toda nuestra aventura se los cuento en otra ocasión, pero creo que lo más importante está en otro lado. 

Hace poco me preguntaron "qué aprendiste con esto?" y aunque la respuesta es muy basta y seguramente me seguirá llegando, aquí les va mi reflexión.

Mi primer contacto con la maternidad estuvo lleno de lágrimas y de incertidumbre. Ni un post en Pinterest me había preparado para eso. De ahí salió Mamá No Sabe. De haberme dado cuenta desde el minuto uno que nadie puede pretender que lo que funciona a una funciona a todas. Que no por ser mamá uno tiene experiencia. Que no por leer libros uno entiende. Que al final del camino compararnos con los demás es una reverenda tontería.

Las expectativas que llenan la cabeza de aire solo hieren y meten ruido a lo verdaderamente importante. Ser mamá es una suerte, un lujo. Pero nada nunca te prepara, aunque te prepares. Ser mamá es el reto más díficil que me ha tocado. Nunca había estado tan triste y nunca había estado tan feliz. 

No pretendo entender lo que cada quien siente cuando ve a su hijo por primera vez. Hay muchas maneras de ser mamá. Esta es solo una de ellas. 

Agradezco a la vida que me tocó mi Martín. Ese que me hizo llorar desde que nació. Ese que me vio limpiarme las lágrimas a escondidas mientras estábamos en la terapia. Ese que enseño en 30 segundos el negro más profundo cuando creí que se había muerto. Ese que me hace apreciar mi trabajo más. Ese que siempre sonríe aunque se sienta mal. Ese que no se achica cuando ha estado en el hospital. Ese que se ríe y canta conmigo. Ese mero. Mi Martín. El Martín guerrero que cambió mi vida.

 

Le dedico mis palabras a Martín. A Elena. A Rodrigo.

A mis papás que a su manera me demuestran que estamos juntos en esta aventura. A mi hermano, que me inspiró a darle una hermana a mi hijo.

Me dedico estas palabras a mi porque también sigo sonriendo. 

 

 

CUANDO DECIDÍ CONTAR MI HISTORIA

CUANDO DECIDÍ CONTAR MI HISTORIA